No han sido pocos los que me han preguntado cuales son las razones por las que un conjunto de edificaciones coloniales, que conforman una manzana de la Ciudad Colonial de Santo Domingo haya permanecido ignorada. Hacía tiempo me despertaba cierta curiosidad. ¿Que ha impedido que esta sea rescatada integralmente? Para llegar a mostrar sus cuatro caras como lo que eran, originalmente, y ofrecer sus interiores para un disfrute de todos. ¿Hasta cuando los dominicanos seguiremos tan resignados, indolentemente, viendo el derroche de atención y de recursos a otros asuntos mucho menos importantes? ¿Cuándo todo continúe desplomándose? ¿O cuando aparezca otro Moneo?
Si repasamos la historia de lo acontecido durante los últimos cien años en el centro histórico más antiguo y, por ser pionero, uno de los de mayor relevancia de cuantos surgieron a raíz del la colonización del Nuevo Mundo, tendríamos que pensar, que las inquietudes de quienes se hacen esas y otras preguntas, habrán de ser respondidas algún día. Espero, que con acciones, y antes de que los políticos continúen metiendo sus hocicos, como lo han venido haciendo.
Me estoy refiriendo a la manzana comprendida entre las calles Arz. Meriño, Mercedes, Hostos y Luperón, que se encuentra en el mismo corazón de la que originalmente se convirtiera en la primera capital del Nuevo Mundo. Y en la que su Gobernador, Frey Nicolás de Ovando, fundara el primer centro hospitalario en estas tierras de Indias: el Hospital de San Nicolás de Bari, cuyas parciales ruinas aún permanecen en pie, constituyéndose en uno de lugares con mayores posibilidades de convertirse en uno de los más atractivos y emblemáticos con que cuenta nuestra ciudad capital, no obstante los desaciertos, y el descuido, a que han sido sometidas, durante su larga existencia.
Comencemos por referirnos, precisamente, a esas monumentales ruinas, que originalmente dieron su nombre a la hoy calle Hostos. Recordemos lo narrado por los primeros cronista de Indias, y otros investigadores, que el fundador de la primera institución hospitalaria del Nuevo Mundo, el 29 de noviembre de 1503, fue el primer gobernador de Indias, y fundador de la ciudad de Santo Domingo. En un documento que se encuentra en el Archivo de Indias aparece un listado de los contribuyentes, refiriendo: “que el dicho Hospital se hizo e fundó con bienes temporales y hacienda patrimonial del dicho gobernador… y de otros criados del Rey, y de alcaldes, regidores y vecinos de esta ciudad, y otros forasteros que luego fueron contribuyendo con sus limosnas y con cuyo acuerdo y parecer se hizo la dicha fundación”.
Interesante es la historia de esta monumental estructura, parte en ruina, y otra borrada desde sus cimientos. Pero como nuestro propósito no es el de continuar analizando, pormenorizadamente, su historia, en parte ya narrada, sino comentar lo interesante del contenido de la manzana en que esta se encuentra, concluiré con la memoria histórica de las centenarias ruinas, citando un párrafo de la insustituible obra Los Monumentos Arquitectónicos de la Española, del historiador alemán Erwin Walter Palm, que dice: “Nada o apenas dañado durante el saqueo de Drake, el edificio sufre pequeñas restauraciones en 1756-1762 (en que se techa el pedazo de nave central del crucero…) y 1789 (en que por tener los cimientos en el aire amenazó ruina. ) Luego decae – en 1821 ya es una ruina – y, después de una breve rehabilitación en tiempos de la Anexión a España, es demolido a principios de este siglo (1911)”.
Lo que Palm no especifica en su interesante narración (1955) es que dicha demolición fue parcial. A lo que hay que agregar, que nunca se debió llegar hasta donde se llegó en 1911. Que muy bien pudo haberse consolidado lo que quedaba en pie, que era casi todo, y mantenida su estructura como se han logrado mantener tantos monumentos en todas partes del mundo. Pero aquí no, en aras del llamado “progreso” y, por qué no, de intereses particulares, había que aprovechar parte de sus restos para completar la nivelación de las calles de la ciudad, nunca antes hecha y, por otro lado, hacer espacio para construir el templo dedicado a Nuestra Señora de La Altagracia, Madre Espiritual del pueblo dominicano. Obra que muy bien pudo haberse erigido en otro lugar de la entonces casi despoblada ciudad amurallada. Y no, precisamente, en un área tan venerable como el que fuera escogido.
Pero, como no todo fue barrido por tan devastador “terremoto” humano, afortunadamente, quedó en pie, además de los cimientos del cuerpo central, y partes todavía erguidas, que conocemos, una pequeña porción, que fuera fusionada a la nueva estructura eclesial en su extremo nordeste. Lo que hube de comentar en mi reciente artículo: MI PARTICIPACIÓN (4/9/2015), objetivo que afortunadamente está en vías de develarse.
Conjuntamente con las históricas ruinas y el templo Altagraciano, comparte la Manzana otra edificación de la misma época. Una casona que fuera restaurada y habilitada para desempeñar las mismas funciones de hace unos cuantos años. Si se hubieran detenido a observar algunos elementos arquitectónicos de la fachada correspondiente a esa casona, que alberga el nuevo Hotel Francés, antes de su desplome, se hubiera podido advertir la existencia de ciertos elementos arquitectónicos en su fachada, que guardan relación con otros del Hospital de San Nicolás. Lo que hace suponer la participación de las mismas manos que trabajaron en este. Cuando menos, los mismos canteros. Primeros de los traídos a América por Frey Nicolás de Ovando.
La fachada de mampostería (obra de albañilería hecha con piedra irregular unidas con argamasa), y algunos elementos de cantería y ladrillería, al estilo Mudéjar, en su interior, nos permiten deducir que estábamos frente a una de las primeras y principales edificaciones de su época en la Ciudad Primada.
Tenido ya escrito este artículo, aguardando el momento oportuno para publicarlo, sucedió el lamentable accidente, mediante el cual se desplomó toda la crujía frontal de la edificación, desapareciendo con él huellas de inestimable valor para la historia de la arquitectura colonial en América, que se conservaban en su interesante fachada, y contribuir con el resto de los elementos histórico arquitectónicos, para darle forma al proyecto al que nos estamos refiriendo.
Continuando nuestro recorrido por la Manzana No.332, del Distrito Catastral No.1, del Distrito Nacional, nos encontramos con una docena de casas, igualmente pertenecientes al Siglo XVI, colindantes con las ruinas del hospital, cuyos frentes dan hacia la calle Arzobispo Meriño, antigua Real de las Canteras, que muestran sus descompuestas fachadas, camufladas durante el Siglo XX, dando la impresión de pertenecer a esa centuria. Muros recubiertos de pañete cargado de cemento; desfiguraciones por doquier; vanos de puertas dispuestos al estilo de esa época, unos sobre otros; balcones de concreto, volados, y cubiertos con aleros de metal; y antepechos sobre las deformadas cornisas, causan la impresión de lo que realmente no fue.
Últimamente hemos visto que se están realizando intervenciones en algunas de las fachadas. ¿Corresponderán a los fachadísticos trabajos del Ministerio de Turismo, o a que ya comenzaron las perturbaciones propias de los dominicanos, en momentos en que ya no es posible soportar más?
Si nos adentramos a los interiores, cuyos ocupantes hacen lo posible por impedirlo, apreciaremos que las condiciones arquitectónicas cambian, notablemente. Que de hecho, son edificaciones antiguas, que estudios realizados hace algún tiempo demuestran que nos encontramos frente a estructuras levantadas en los albores del Siglo XVI, contemporáneas con el Hospital, con el que colindan, y con el Hotel Francés, al igual que de otras, recientemente restauradas, admirablemente, en su entorno inmediato.
Las casas a las que me refiero permanecen, no solamente semi abandonadas, descuidadas y amenazando ruina, sino ofreciendo una deprimente oferta ambiental y visual. Estamos seguros que con una adecuada restauración, y puesta en valor bien concebida, este conjunto arquitectónico, conjuntamente con las ruinas del Hospital, consolidadas y ambientadas como Dios manda, bien presentadas y administradas; con el templo de Nuestra Señora de la Altagracia, corregidos algunos desperfectos, efectuado lo que era necesario hacer en la capilla que se conserva y, de ser posible, climatizado, como corresponde, y con el elegante y tradicional Hotel Francés, una vez reconstruida la crujía, aunque jamás podrá ser igual a la desaparecida, habrá de aportar una cuota de inestimable valor al realce y dignificación de nuestra ciudad capital, que cuenta con la Ciudad Colonial, como su principal componente, para convertirse en una verdadera meca turística de la región del Caribe.
Solo dos estructuras de la Manzana, pertenecientes a épocas recientes, una, diseñada por el Arq. Antonio Ocaña, que fuera considerada, en su momento, como un admirable ejemplar de arquitectura moderna, que ocupa la esquina noroeste de la intersección de las calles Arz. Meriño y Luperón, desfigurada hace algún tiempo, y otra, de poco valor arquitectónico, pero de una complementariedad necesaria, como es el edificio de apartamentos construido en las primeras décadas del pasado siglo XX, en la calle Mercedes, entre el templo Altagraciano y el Hotel Francés, que muy bien podría convertirse en anexo de este último, o manteniéndolo como lo que es, rescatado, actualizado, y puesto en valor.
Un singular ejemplar de lo que nunca debió haberse permitido, ubicado en el lado sur del Hotel Francés, habría que hacerlo desaparecer, al igual que otros dos adefesios que se encuentran entre el actual estacionamiento de las Ruinas de San Nicolás, y el edificio Ocaña, cuyo excelente espacio podría ser aprovechado para construir un gran estacionamiento soterrado, cubierto con una hermosa plaza, que podría ser dedicada al Comendador Frey Nicolás de Ovando.
La descripción de la manzana que he narrado la hago con la esperanza de que contribuya a incrementar el débil grado de conciencia de nuestra colectividad nacional, de lo que poseemos los dominicanos. Y que cuando las autoridades correspondientes traten temas de inversión para la ciudad capital, tengan presente la actividad cultural. Y no solamente, la relacionada con las manifestaciones artísticas, editoriales, y de otras índoles, semi abandonadas, sino, igualmente, con las que constituye nuestro patrimonio cultural edificado, muy particularmente con el que guarda relación con nuestra historia y nuestras tradiciones, como ninguna otra. Respetando siempre el orden institucional.
De este proyecto fue elaborada una presenación por parte de los arquitectos Omar Rancier, Luis Guzmán, y Pablo Morel, de GMR Oficina de la Ciudad, C por A, en coordinación con la entonces Oficina de Patrimonio Cultural (OPC) (1997. Al no serme posible agregarlo a este artículo, está a la disposición de quien desee verlo.