Cuando analizamos el tema de las fortificaciones que los españoles construyeron en el Nuevo Mundo, tenemos que convenir en que las principales, en términos de su magnitud, son las de La Habana, Cartagena de Indias, y San Juan de Puerto Rico. Indudablemente, las tres ciudades caribeñas despertaron mayor atención en la corona española e interés por defender esas tres ciudades del asedio de los piratas y filibusteros, oriundos de los países que no supieron hacer otra cosa que robarle a los que hacían, colonizaban y, por qué no decirlo, expoliaban mejor que nadie, por lo que estaban obligados a defender sus respectivos botines.
Dadas las circunstancias que la primitiva preocupación de la corona española era proteger la carga y descarga de galeones en la bahía de las Ánimas (zona de la bahía interior más próxima a la ciudad, en las puertas de ella), en 1566 se inició la construcción de un pequeño y modesto fuerte en la isla de Manga, en principio nombrado San Felipe, pero conocido como El Boquerón (no confundir con la posterior fortaleza de San Felipe de Barajas, que se construiría en una colina). Este fuerte, de planta circular, parecía un torreón medieval, pero para ser el primero estaba muy bien situado para ejercer su función, que no era otra que proteger la bahía de las Ánimas.
Posteriormente El Boquerón sería ampliado. Fue construido por el ingeniero y gobernador Antón Dávalos de Luna. La fortificación protegía un paso estrecho con una cadena unida a troncos la cual se levantaba cada noche, impidiendo así el paso hacia la Bahía de las Ánimas.
No fue hasta 1585 cuando se toma muy en serio la fortificación de la ciudad, para la que hubo varios proyectos. Desde su fundación en 1533 hasta finales del siglo XVI, debido a su importancia geoestratégica y a su importante puerto natural, base de la Flota de Galeones, Cartagena de Indias se convirtió en preciado objeto de deseo de los enemigos de España y de los piratas. Sufrió los ataques del francés Roberto Baal en 1544, de los franceses Martin Cote y Jean de Beautemps en 1559, y del inglés John Hawkins en 1568. Muy pronto, coincidiendo con los primeros estudios para la fortificación de la ciudad, se produciría un nuevo ataque, el del inglés Francis Drake en 1586.
El rey Felipe II envió como comisionados al general Juan de Tejada y al ingeniero Bautista Antonelli, con el encargo de estudiar la defensa de la ciudad y proyectar un sistema de fortificaciones que incluiría murallas, fosos y baluartes. Antonelli era un italiano al servicio del rey español. El apellido Antonelli es toda una saga de ingenieros, pues también sirvieron como tales, además de Bautista, su hermano y su hijo Juan.
Invito a quienes les interese conocer con detalles la historia de las fortificación de Cartagena acceder al siguiente link:
http://singladuras.jimdo.com/la-guerra-del-asiento/15-fortificaciones-de-cartagena-de-indias/
Si como hemos visto Cartagena de Indias se constituyó en un baluarte de primera línea, La ciudad de La Habana no se quedó atrás.
Debido a la amenaza y el peligro constante de saqueos a la Habana por piratas y corsarios que abundaban en las aguas del Caribe, fue necesario iniciar la construcción de obras defensivas en la ciudad.
En 1540 fue construida La Fuerza (La Fuerza Vieja) la primera fortaleza cubana, que fue destruida quince años después por el pirata Jacques de Sores.
Sobre sus ruinas se inició la obra de la Real Fuerza que concluyo en 1577.
En 1589 arribaron al país los ingenieros militares Juan Bautista Antonelli y Cristóbal de Rodas enviados por la corona con el objetivo de comenzar un sistema de fortificaciones más efectivo para proteger los tesoros ultramarinos.
Así comenzó la construcción de la fortaleza de los Tres Reyes del Morro en la entrada del canal del puerto y frente a ella del otro lado, la fortaleza de San Salvador de la Punta. Las labores terminaron en 1630.
Estas dos fortificaciones junto al Castillo de la Fuerza formaron el primer triangulo defensivo de la ciudad. Las tres aparecen representadas en el escudo de la ciudad.
En 1647 se creó una pequeña fortaleza en la Chorrera y en 1665 el Torreón de San Lázaro, ambos en las afueras de la ciudad.
Una trilogía de grandes fortificaciones la completa la ciudad de San Juan, capital de Puerto Rico. Al igual que muchos otros puertos españoles en las Antillas, San Juan fue fortificada por razón de seguridad militar. Fue un punto de escala para las legendarias flotas españolas en sus viajes a las Américas. Las fortificaciones fueron construidas para proteger a Puerto Rico y la bahía de San Juan contra cualquier invasión que la convirtiera en una base del enemigo para invadir y atacar otros pueblos y naves españolas.
En 1595, el corsario inglés Francis Drake se abrió camino a la fuerza por la bahía de San Juan para apoderarse de un cargamento de oro y plata que se encontraba en La Fortaleza. Los artilleros de El Morro, bajo el mando del gobernador Pedro Suárez Coronel, hicieron blanco en la nave insignia de Drake, haciéndolo retroceder con grandes bajas. Tres años más tarde, George Clifford, conde de Cumberland, desembarcó para asediar El Morro y capturar al gobernador Antonio de Mosquera. Luego de una breve ocupación y una epidemia de disentería que segó la vida de 400 soldados ingleses, Cumberland abandonó sus planes de hacer de San Juan una base inglesa permanente en las Antillas. El nuevo gobernador, Alonso de Mercado, arribó a la isla con refuerzos para reparar las defensas.
Entrando de lleno al motivo principal de mi elucubración, en que trato de introducirme al meollo de los sucesos que provocaron las fortificaciones caribeñas, en tres de las cuales los españoles invirtieran enormes recursos, y manteniéndose indiferentes con la que diera origen a todo lo que hicieran posteriormente, y llegara a ser hija predilecta, y madre de todo lo que vino después h asta llegar, finalmente, a convertirla en su cenicienta.
Fundada en 1502, convertida en esa misma ciudad descrita con elogios por personalidades civiles, militares y religiosas, como fuera el caso de las del obispo, el humanista italiano Alejandro Geraldini, que con elocuencia renacentista exclama: “De Santo Domingo, más particularmente hablando, digo que en cuanto a los edificios, ningún pueblo de España, tanto por tanto, aunque sea Barcelona, la cual yo he muy bien visto numerosas veces, le hace ventaja generalmente…”
Aclamada por todos llega a convertirse en la base desde donde los primeros y más grandes conquistadores salieron en busca de nuevos territorios, fortuna, y grandeza, una sola fortaleza fue erigida para proteger la villa que Nicolás de Ovando trasladara a la orilla occidental del Ozama. Fortaleza a la que no se le constituyó más que su torre del homenaje. La que el férreo Comendador pensó al recordar las de Extremadura, su tierra natal.
Casi al mismo tiempo en el que se construía la torre y el polvorín, se empezó la construcción del primer tramo de muralla, bordeando el río Ozama, que recorría desde el Fuerte Invencible hasta el del Ángulo.
La torre fue la estructura más resguardada de una fortificación o castillo, en la que el gobernador juraba defenderla y guardar fidelidad, y que también se usaba en los asedios como lugar de protección. Y la más alta y destacada del recinto. Solía estar situada en un lugar alejado de los ataques exteriores. Media entre 12 y 15 metros de altura, que podía variar según las características de la fortaleza o castillo, y tenía diversas funciones.
Tenía en su mente el Comendador, además de las torres del homenaje que vio por toda Extremadura, en el palacio construido por el capitán Diego Fernández de Cáceres y Ovando en 1478, padre de Nicolás de Ovando, con permiso expreso de los Reyes Católicos para levantar la altísima torre, conocida en la actualidad como torre de las Cigüeñas, realizada en estilo gótico, en mampostería, con algunos paramentos de sillería.
Todas las torres de Cáceres fueron desmochadas por orden de los Reyes Católicos. Orden que fue dada en 1476 para evitar que ningún señor feudal se atreviera a desafiar a la Corona, amparándose en sus seguras murallas y sus altas torres. Sólo se perdonó, la del capitán Diego Fernández de Cáceres y Ovando, por su amistad y vasallaje a los Reyes.
Nicolás de Ovando nacido en Brozas, (Cáceres) en 1460 fue el hijo menor del capitán Diego Fernández de Cáceres y Ovando y de Isabel Flores, camarera mayor de la Reina Isabel la Católica.
Cáceres, la ciudad de las torres “desmochad
Lo que no debió haberle pasado par su mente al flamnte Gobernador fue el hecho de que no se encontraba en la España medieval, sino en una isla de la Mar Océana, donde los enfrentamientos no se llevarían a cabo en igualdad de condiciones, sino frente a aborígenes primitivos, desprovistos de armas similares a las de ellos, o invasores procedentes de otras naciones europeas, de las qué no existían antecedentes. De ahí, que con la primera de estas se comprobó su poca efectividad, y que no se repitiera otra torre del homenaje como esta. Siendo la santodominqueña la primera, y única, en erigirse en el Nuevo Mundo.
La experiencia invasora del corsario Drake, que penetra, toma, y destruye la Ciudad Primada, no le sirvió gran cosa a la corona española, que por siglo y medio se olvidó de su penosa existencia. Quedando la Torre del Homenaje de la Fortaleza Ozama como su única defensa, además de la muralla perimetral, que vino a completarse a finales del Siglo XVIII.
Estudiando algunas de las torres del homenaje, tanto de España, Portugal, Italia, y Francia, entre otras, es cuando termino entendiendo el verdadero propósito de estas edificaciones de origen medieval conocidas como torres del homenaje.
No podía existir una de estas sin que existiera una fortificación o un castillo que la sustentara. De ahí es que yo he pensado en la que construyera Ovando entre 1502 y 1509, año en que partió de regreso a España, que ha permanecido como único ejemplar hasta el día de hoy. ¿Será que la partida del Comendador dejó inconclusa su obra? ¿Y que ningún otro gobernador quiso, o no pudo hacerlo?
¿Habrá dejado Ovando ordenada su continuación? Y si esa hubiera sido su intención, ¿por qué no decidió cercar el área de lo que sería, finalmente, la gran fortaleza, o castillo? Lo que ya no se haya sabido, después de que historiadores extremeños se han dedicado a estudiar un personaje extremeño relevante entre los que salieron de Extremadura. Según Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros, “La Tierra en la que nacían los Dioses” (1961).
Pero no solo este detalle denuncia el error cometido por Ovando al concebir la fortificación que defendería su ciudad, no de los aborígenes, sino de los que vendrían por mar. La ubicación del polvorín, alejado de la torre, ¿vendría a ser otro error en sentido defensivo?
En esta fotografía de principios del Siglo XX es posible percatarse de la distancia entre el Polvorín y la Torre. Además deñ acantilado y su histórico contenido, antes de la construcción del puerto. Imaginemos como se veería el más importante recurso histórico militar sin la odiosa pared que lo oculta.
Otros elementos importantes, como la puerta de entrada al recinto, la plataforma baja de tiros, y otras pequeñas anexidades, fueron construidas tiempo después.
Concluyo esta modesta disquisición implorando a quienes conocen más que yo, o están en mejores condiciones de averiguarlas, si es que ya no lo han hecho, que procedan a dejar concluidas estas inquietudes. Y dejar todo claro, como corresponde a este singular monumento, único en América. Cuya conservación y protección, al igual que su utilización es digna de mejor suerte.