PASAGES DE UNA VIDA PLENA DE SATISFACCIONES (II)

                                 “Hay genios sin estudio e idiotas con doctorados.

                                   La verdadera sabiduría no te la otorga un título

                      sino lo que haces con lo que has aprendido a lo largo de tu vida,

                                        y la manera en cómo tratas a los demás”

                                                             -Joseph Kapone-

 Para que lo narrado en mi lucubración anterior quede lo menos inconcluso posible, y pueda comprenderse mejor la simbiosis a la que me he referido, esta vez me referiré a situaciones  relacionadas con el mismo asunto.

Cuando salí de casa, y de Santo Domingo, hacia un exilio que jamás pensé cuanto tiempo duraría, no tenía la menor idea de lo que este me traería. El hecho de tener que salir del terruño, y del calor familiar, no me dejaba ni pensar lo que sería de mí.

Todo transcurrió tan acelerado, que cuando vine a darme cuenta me encontraba sentado en el asiento que me asignaron en el avión que me trasladó a New York. Lo primero que hice esa mañana del 4 de octubre de 1960 fue dirigirme a la Gobernación del Distrito a llevar mi solicitud del permio de salida, y con este gestionar el pasaporte. En aquella época nadie lo tenía consigo, había que solicitarlo cada vez que ibas a salir del país, y entregarlo al regreso. En mi caso, con el antecedente que tenía nada promisorio me aguardaba. Pero no fue así. Para mi sorpresa el Gobernador, Don Cucho Álvarez Pina, que sabía quién era yo, aprobó mi solicitud sin ningún tipo de contratiempo. De ahí me dirigí a la Dirección de Pasaportes, adonde fui atendido con bastante prontitud, gracias a que allí no había casi nadie.

Sin estar muy seguro del lío en que me estaba metiendo, agarré mi pasaporte y me dirigí hacia el Consulado norteamericano, donde fui llamado a la mayor brevedad. No hice más que sentarme frente al Cónsul, este me preguntó qué tipo de visa me interesaba, si de turismo o residencia. Así era como se manejaban las cosas en aquellos tiempos. Aturdido con la pregunta le respondí que de turismo. Que iba yo a pensar que el “turista” tendría que quedarse mucho tiempo sin regresar al país. Solo un año fue el lapso transcurrido entre mí llagada a los Estados Unidos y la desaparición de la dictadura. Al salir del Consulado me dirigí a casa para informar a mi familia lo sucedido, y buscar dinero. De inmediato me dirigí a la línea aérea que me trasladaría, saliendo de la misma con mi pasaje.

¿Podría alguien creer lo que acabo de narrar? Pues bien, aunque usted no lo crea, así mismo fue. De lo que no recuerdo nada es de mi despedida. Entre los nervios, la emoción, y la intranquilidad, nublaron mi mente. Y lo que me pedía mi espíritu era que pasara rápido el tiempo para largarme. En cambio, mi llegada al aeropuerto IDLEWILD de New York si la recuerdo, perfectamente. Por lo que merece un párrafo aparte.

Al salir de Migración con mi equipaje, siendo la media noche, alcancé a ver de lejos a dos señoras, a quienes apenas podía reconocer. Se trataban de mis primas Viola Selig Del Monte y Diamela Herrera Del Monte. A la primera la había dejado de ver no hacía mucho tiempo, y a la segunda no la había vuelto a ver desde que saliera del país hacía muchos años. La emoción que me embargó  al verlas fue indescriptible. Después de darnos un fuerte abrazo, lo primero que dijo una de ellas fue que le parecía un milagro que pudiera haber salido de ese infierno. Y a seguidas, después de preguntar por la familia, nos dirigirnos hacia el carro de Diamela, que nos llevaría a la 611West, 108th Street, en Manhattan.

Al llegar al edificio en el vivía mi tía Josefa, madre de Diamela, que fue donde me hospedé, nos vimos obligados a detenernos por un instante en uno de los apartamentos del primer piso, donde vivía la familia Guerrero De Castro, uno de cuyos integrantes, Bosco, era conocido por mí. Aquella fue una noche tan emocionante, que no paramos de hablar hasta algo avanzada la madrugada.

Al segundo día de estar en New York mi prima Diamela me acompañó a sacar el Social Security, que no se requería ser ciudadano ni residente para obtenerlo. Y a seguidas, guiándonos por un anuncio del New York Times nos dirigimos hacia Brooklyn, donde se encontraba la firma de arquitectos que buscaba un drafman. Después de una interesante entrevista con uno de los directivos de la empresa fui contratado para el cargo solicitado. A los pocos días de aquella entrevista empecé a trabajar bajo la supervisión del arquitecto Benedit Ferrara, quien para mí fue más que un profesor, al igual que el también arquitecto Robert H. Podzemny, quien se unió al arquitecto Beatty, para dirigirle otra cata al decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Columbia.

    

Allí permanecí hasta lograr entender que estos entrenamientos habían sido para mí más que suficientes. Satisfecho con el trato, pero no con la remuneración, me fui a otra empresa ubicada en el bajo Manhattan, conocida como Francis X. Giná & Associates, Architects, ubicada a unas cuadras de donde se habían iniciado los trabajos de las Torres Gemelas, en la que no estuve mucho tiempo, debido a mi decisión de dar un nuevo salto.

Sin esperanza de volver a continuar los estudios, ni regresar a la patria, cargada de problemas de todo tipo, decidí correr suerte en otro lugar, que resultó ser San Juan de Puerto Rico, cercano a mi patria. Donde obtuve un excelente trabajo en la empresa Toro y Ferrer, Arquitectos, en la que permanecí durante un tiempo.

Al pasar un tiempo en darme a conocer de los demás arquitectos con los que compartía el taller, un día el arquitecto Osvaldo Toro me pidió que lo acompañara a Santo Domingo. Su empresa trabajaba para la Hilton, Hotels & Resorts, y había recibido el encargo para remodelar el Hotel Jaragua. Una vez allí el arquitecto Toro quedó convencido de que las posibilidades de modernizar el legendario establecimiento hotelero no procedían. Que lo recomendable era construir uno  nuevo. Como de hecho sucedió.

Pero resulta, que todavía el gobierno dominicano no había autorizado al Departamento de Migración para que se me otorgara una visa. Por lo que el arquitecto Beatty le dirigió una carta a su amigo el Congresista Carey, solicitándole ayuda con el Consulado dominicano.

  

De nuevo, ocupando mi mesa en el taller de Toro y Ferrer, y con mi mente puesta en la Ciudad Colonial de Santo Domingo, decidí cambiar de trabajo, y me fui a la firma Passalacua & Cia, donde permanecí hasta que fui llamado por el Gobierno dominicano a ocupar la Dirección de la Oficina de Patrimonio Cultural (OPC).

  

A mi regreso de Santo Domingo, en compañía del arquitecto Toro, volví a ponerme en contacto con Ricardo Alegría, quien había sido fundador, y director hasta esos momentos, del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y artífice del rescate del Viejo San Juan. En mis conversaciones con él siempre salía a relucir la Ciudad Colonial, que en aquellos tiempos se encontraba en peores condiciones que como permanecía el Viejo San Juan hasta que fuera creado y puesto en marcha el programa del Instituto de Cultura.

Procede mencionar que el trabajo realizado en aquel centro histórico se parecía a lo que había que hacer en Santo Domingo, siempre teniendo en cuenta las diferencias entre una y otra. Desde ir desplazando a otros lugares algunos de los ocupantes de casas coloniales, que se encontraban en pésimo estado de conservación, adquisición por parte del gobierno, o de particulares de esas edificaciones, para ser restauradas y vueltas a ocupar, crear incentivos por parte del gobierno, y cuantos requerimientos fueran necesarios para poder lograr lo que han logrado los puertorriqueños. No los norteamericanos, como piensan algunos, por el hecho de ser Puerto Rico un Estado Libre Asociado de los EEUU.

En una oportunidad unos arquitectos, de los que siempre andan apandillados, visitaron a Ricardo Alegría en procura de asesoramiento. Estos realizaban un proyecto denominado “Estudio para la Revalorización de la Zona Histórica y Monumental de la ciudad de Santo Domingo”, que estaba siendo patrocinado por la ESSO SATANDARD OIL. Aunque ya yo estaba enterado, en una ocasión Don Ricardo me llamó para comentarme lo que andaban buscando los dominicanos. Y se preguntaba cómo era posible que fuera una empresa multinacional, la que estuviera detrás de un objetivo tan nacionalista como era el rescate de un centro histórico tan importante como el de Santo Domingo. Que aquello tenía que ser responsabilidad del gobierno. Concluía  Ricardo Alegría.

Afortunadamente, todo aquel esfuerzo privado fracasó, como era de esperarse. Cuando el grupo, encabezado por el Arq. Eugenio Pérez Montas iniciaba su Estudio, ya yo estaba a punto de lograr mi objetivo. En medio de aquellos avatares, el destino metió su mano, una vez más, para que lo que había necesidad de hacer se hiciera. Y como Dios manda.